Al llegar al campo a primera hora
de la mañana, con el roció de la noche anterior aún vigente sobre el suelo de
una umbría de pinares, nos entretenemos en recolectar unos pocos níscalos, es
pronto y la idea es llegar al coto con la mañana algo más avanzada y el sol un
poco más alto.
La perdiz roja española, ésa de
la que ya va quedando muy poca, es la que vamos a intentar cazar hoy en unos
terrenos dedicados enteramente a la caza mayor, lo que significa dejar sin cierta
presión de caza con armas a estas perdices criadas entre jaras, siendo las variadas
cosechas que se siembran para alimento de las reses, las encargadas de mantener
una población, no muy abundante, pero eso sí, muy bravas y difíciles de abatir.
Llegado el momento trazamos
nuestro plan, yo con Atenea y Luna por las laderas entre el monte y mis
compañeros situados estratégicamente en ambos flancos a la par mía, uno cubriendo las zonas querenciosas de
escape más bajas en los valles y el otro, en la zona más alta del monte, donde
este abandona su frondosidad dejando paso de nuevo a la llanura con sus siembras.
Un barranco tras otro, nos han
tenido en jaque, hasta que finalmente hemos podido descolgar una, de los tres
bandos que hemos visto hoy. Esquivas como ellas solas, apeonan y apeonan, y cuando
se levantan, unas veces largo fuera de tiro volando como obuses de una ladera a
otra hacia los valles y otras demasiado cerca entre las jaras, haciendo
imposible el disparo para el que las montea.
Otro problema añadido es el
cobro, concretamente la perdiz de hoy, si no hubiera sido por Atenea, no la habríamos encontrado, pero la perra haciendo un alarde de finura
de nariz, se ha quedado petrificada en una muestra al encontrarla, a pesar de
estar muerta.
Exhaustos volvemos al coche donde
nos esperan las viandas adquiridas el día anterior, encendemos un buen fuego y
preparamos una buena parrilla de carne para reponer fuerzas.
Nadie me podrá privar ya, del
recuerdo de esta maña tras las perdices de monte, del olor a jara, del sonido del
agua cristalina corriendo por los arroyos, de la fatiga que les ha supuesto el trabajo a mis perdigueras, que para rematar y
a última hora, levantan una corza y la persiguen con ladra incluida.
Viva la caza, saludos para todos.
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