Cuando ya había recogido y limpiado las armas pensando que la
temporada montera había terminado para mí, recibo un mensaje vía WhatsApp de un amigo comunicándome
si quería asistir a otra batida, no lo pensé dos veces, a la primera le conteste que sí
¡a ver si por fin tenia suerte este año, ya que sería la última!!!! los dos años
anteriores, si los había cerrado con sendos cochinos en cada uno de ellos, pero este año aún estaba bolo, como así se confirmaría más tarde al
terminar también esta, se ve que este no ha sido mi año, será la próxima temporada sin duda, la que me pueda salvar de este maleficio que
parece perseguirme.
Las migas estupendas, acompasadas de una buena organización en el sorteo y desplazamiento al monte, los paisajes son un complemento para admirar cuando se montea en alta montaña donde el acceso a las posturas, en ocasiones, se convierte en un auténtico reto, véase algunas de las fotos donde los monteros nos tuvimos que arremangar bien para cruzar la garganta que se interpuso en nuestro camino antes de llegar a la línea de posturas; En esta armada, la zona es tan abrupta y dificultosa, que lo que se aconseja en caso de abatir alguna res, es llevarse solo el trofeo, por la extrema dificultad que conlleva el acceso y desplazamiento del cuerpo del animal.
Como muestra, os dejo unas cuantas fotos y videos de este excelente día en lo más alto de Gredos, toda una gozada que repetiremos el próximo año, si Dios quiere, mi agradecimiento a los compañeros con los que he compartido este día de caza tan especial.
Viva la caza compañeros.
En su escondida cama de
lentisco
lo despiertan las trompas del ojeo,
salta y veloz,
tronchando los jarales,
la cumbre gana del
fragoso cerro.
En la abierta nariz, el
aire, aviso
le da del cazador que
acecha artero;
raudo gira, y lanzándose
al barranco,
arbustos y peñascos
salva ciego.
Mas, ¡ay! que está
cerrado el monte todo,
y al descender, volando
con el viento,
nada le advierte ya su
infausto sino;
al arma ventajosa muestra
el pecho;
el plomo ardiente sus
entrañas abre;
lanza en tierra tristísimo
lamento,
y sus ojos piedad claman
al hombre
que hunde su cuchillo en
su inocente seno.
José Navarrete
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