El ciervo es la bestia más bella de los bosques. La criatura
nemorosa por excelencia y la pieza venatoria por antonomasia más codiciada por
los buenos cazadores. Su estampa, figura ya en las solemnes paredes de las
cuevas prehistóricas, donde las escenas representan a los ágiles ciervos
acosados, dirigidos hacia las armadas de arcos que les acechan en un pasaje
milenario y eterno de la caza.
La afición a la caza de los cérvidos era en Roma tan intensa,
que no bastando la cría natural de los montes itálicos, se establecieron parques
artificiales para repoblar las selvas exhaustas, según nos cuenta Varron. Por
lo visto en la Roma de la decadencia las cosas andaban poco más o menos como por
la Europa de nuestro tiempo.
En la edad media -gran cazadora-, el ciervo se convirtió en
protagonista de la leyenda de San Huberto y San Eustaquio, patronos de los
venadores católicos y de otras mil leyendas más y símbolo de la más importante
actividad cinegética, puesto que los canes eran el principal ingrediente de
estas monterías de “fuerza” o clamorosas, como se decía entonces.
La literatura culta y la popular tomaron al ciervo para
símbolos, relatos, romances, metáforas, leyendas y frases tópicas, etc. Ahí está
el “Sicut cervus ad fontes” bíblico. En los apólogos y fabulas el lobo
encarnaba la perversidad carnicera; el raposo, la astucia maliciosa; el jabalí,
la valentía ciega y el ciervo, la belleza, la agilidad, la inocencia, la pureza
y hasta la agridulzura del amor inquieto.
Un escritor y poeta, D. José Navarrete, que sin ser montero
asistió como invitado a varias monterías allá por los años de mil ochocientos
setenta, describió la muerte del ciervo en este bello poema endecasílabo, muy
en la retórica de la época:
EN
SU ESCONDIDA CAMA DE LENTISCO
LO
DESPIERTAN LAS TROMPAS DEL OJEO,
SALTA
Y VELOZ, TRONCHANDO LOS JARALES,
LA CUMBRE GANA DEL FRAGOSO CERRO.
EN
LA ABIERTA NARIZ, EL AIRE, AVISO
LE DA
DEL CAZADOR QUE ACECHA ARTERO;
RAUDO
GIRA, Y LANZÁNDOSE AL BARRANCO,
ARBUSTOS
Y PEÑASCOS SALVA CIEGO.
MAS
¡AY! QUE ESTÁ CERCADO EL MONTE TODO,
Y
AL DESCENDER, VOLANDO CON EL VIENTO,
NADA
LE ADVIERTE YA SU INFAUSTO SINO;
AL
ARMA VENTAJOSA MUESTRA EL PECHO;
EL
PLOMO ARDIENTE SUS ENTRAÑAS ABRE;
LANZA
EN TIERRA TRISTISIMO LAMENTO,
Y
SUS OJOS PIEDAD CLAMAN AL HOMBRE
QUE HUNDE EL CUCHILLO EN SU INOCENTE SENO.
D.
José Navarrete: En los montes de la Mancha. Madrid 1879.
(Tratado de Montería y Caza Menuda)
(Tratado de Montería y Caza Menuda)
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