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jueves, 29 de marzo de 2018

EL CIERVO


El ciervo es la bestia más bella de los bosques. La criatura nemorosa por excelencia y la pieza venatoria por antonomasia más codiciada por los buenos cazadores. Su estampa, figura ya en las solemnes paredes de las cuevas prehistóricas, donde las escenas representan a los ágiles ciervos acosados, dirigidos hacia las armadas de arcos que les acechan en un pasaje milenario y eterno de la caza.
La afición a la caza de los cérvidos era en Roma tan intensa, que no bastando la cría natural de los montes itálicos, se establecieron parques artificiales para repoblar las selvas exhaustas, según nos cuenta Varron. Por lo visto en la Roma de la decadencia las cosas andaban poco más o menos como por la Europa de nuestro tiempo.
En la edad media -gran cazadora-, el ciervo se convirtió en protagonista de la leyenda de San Huberto y San Eustaquio, patronos de los venadores católicos y de otras mil leyendas más y símbolo de la más importante actividad cinegética, puesto que los canes eran el principal ingrediente de estas monterías de “fuerza” o clamorosas, como se decía entonces.
La literatura culta y la popular tomaron al ciervo para símbolos, relatos, romances, metáforas, leyendas y frases tópicas, etc. Ahí está el “Sicut cervus ad fontes” bíblico. En los apólogos y fabulas el lobo encarnaba la perversidad carnicera; el raposo, la astucia maliciosa; el jabalí, la valentía ciega y el ciervo, la belleza, la agilidad, la inocencia, la pureza y hasta la agridulzura del amor inquieto.
Un escritor y poeta, D. José Navarrete, que sin ser montero asistió como invitado a varias monterías allá por los años de mil ochocientos setenta, describió la muerte del ciervo en este bello poema endecasílabo, muy en la retórica de la época:

EN SU ESCONDIDA CAMA DE LENTISCO
LO DESPIERTAN LAS TROMPAS DEL OJEO,
SALTA Y VELOZ, TRONCHANDO LOS JARALES,
LA CUMBRE GANA DEL FRAGOSO CERRO.

EN LA ABIERTA NARIZ, EL AIRE, AVISO
LE DA DEL CAZADOR QUE ACECHA ARTERO;
RAUDO GIRA, Y LANZÁNDOSE AL BARRANCO,
ARBUSTOS Y PEÑASCOS SALVA CIEGO.

MAS ¡AY! QUE ESTÁ CERCADO EL MONTE TODO,
Y AL DESCENDER, VOLANDO CON EL VIENTO,
NADA LE ADVIERTE YA SU INFAUSTO SINO;
AL ARMA VENTAJOSA MUESTRA EL PECHO;
EL PLOMO ARDIENTE SUS ENTRAÑAS ABRE;
LANZA EN TIERRA TRISTISIMO LAMENTO,
Y SUS OJOS PIEDAD CLAMAN AL HOMBRE
QUE HUNDE EL CUCHILLO EN SU INOCENTE SENO.

D. José Navarrete: En los montes de la Mancha. Madrid 1879.
(Tratado de Montería y Caza Menuda)


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